A partir de la
teoría que escribí en la entrada anterior, la actividad consiste en crear una
historia de cada uno de los géneros. Dicho esto, aquí van mis historias:
PROSA
DE PABLO BRAGADO
Siguiendo los pasos que expuse en la
entrada anterior, hice una tormenta de ideas en las que salieron algunas
palabras como “barco”, “mando”, “tabaco”, “agua”… Al terminar, en mi casa
estaban mi madre y mi abuela, y no estaba muy convencido con las ideas que
había escrito, asique decidí preguntarlas por una experiencia personal suya, y
de ahí surgió la siguiente historia:
“Vacaciones
fantasmales”
Fue una experiencia inolvidable la que vivieron mis padres, de jóvenes, unas vacaciones
durante el verano del año 1985.
Organizaron, junto con unos amigos de juventud, unas
cortas vacaciones en un caserío cercano a Santander. Iban a ser ocho personas,
que se desplazarían en dos vehículos desde Madrid.
El pueblo en el que estaba situado el caserío estaba
disfrutando de sus fiestas patronales, con el bullicio y la llegada de gentes
extrañas a los alrededores de la vivienda.
Por la noche, después de cenar, los amigos
propusieron un juego: hacer espiritismo, por medio de una rudimentaria ouija.
Así que, ni cortos ni perezosos, recortaron las
letras y, con un vaso puesto boca abajo, apagaron las luces, encendieron una vela
y… ¡a pasar miedo!
Las chicas, antes de comenzar, fruncieron el ceño y
se reunieron en un pequeño corrillo en el que acordaron que estarían
tranquilas. Conociendo a los cuatro chicos, sabían que alguna broma o susto
habrían preparado. Bajo ningún concepto podían mostrar sus debilidades y sus
miedos, convencidas de que harían ruidos extraños, apagarían y encenderían
luces, e incluso aparecería alguien disfrazado pero… siempre estarían
pendientes de contar el número de participantes en el “juego”, para tener la
certeza de que no faltara ninguno.
Empezaron la ronda de preguntas, el vaso que giraba
y giraba, el vértigo de estar jugando a algo desconocido. En la habitación, dos
de las amigas estaban asustadas. No sabían a qué se iban a enfrentar cuando, de
pronto, se escucharon con claridad unos pasos en la planta de arriba.
Ellas se miraron guiñando un ojo. Sabían que alguno
de los amigos faltaba de la mesa. Miraron, contaron… Pero ¿Cómo era posible?
¡No podía ser! Los ocho continuaban sentados alrededor de la mesa. Ellas se
buscaban con la mirada, intentando hallar una explicación lógica a los ruidos
de cadenas que se arrastraban sin cesar, pero la cara de preocupación aumentó
cuando, de repente, se apagó la llama de la vela.
Al otro lado de la puerta se veía luz. Las chicas se
asomaron, instigadas por los cuatro chicos, y no había nadie. Solo una bombilla
que se encendía y se apagaba intermitentemente. Las dos amigas más asustadizas
salieron corriendo y se encerraron en la cocina. Por el contra, las dos más
valientes dijeron:
-¡Ánimo, chicas! no creemos en los fantasmas, y si
hay alguien haciendo ruidos arriba, no puede ser un espíritu, tiene que ser
alguien de las fiestas del pueblo que se ha colado, borracho, a robarnos o a
ocasionarnos algún problema.
-¡Cierto! Traed un cuchillo de la cocina y vamos a
ver qué pasa en la buhardilla.
Los chicos, tan valientes, organizaron una
expedición al piso superior, y, evidentemente, convencieron a las chicas para
que subieran delante. Sobre todo a las dos amigas más asustadas.
Cuando subieron, uno a uno, y abrieron la desvencijada
puerta… el grito de terror se escuchó en toda la comarca. Lo que vieron les
heló la sangre: un espacio lleno de telarañas, oscuro, con reflejos de la luz
que se colaba por las rendijas del tejado y… un rostro blanco, azulado, ojeroso
con una tenebrosa iluminación que salía de los ojos de un espantoso fantasma.
El ruido de cadenas cada vez sonaba más y más
fuerte.
Las chicas salieron corriendo, alguna rodando por la
escalera. Cogieron las llaves de uno de los coches y, antes de subir al
vehículo, mi madre miró la ventana de la buhardilla, viendo la cara iluminada y
gritó:
-¡¡¡Eh!!! ¡Sabemos que eres un extraño que se ha
colado en nuestra casa! ¡Nos vamos al cuartel de la guardia civil a
denunciarte!-dicho esto, se metió en el coche con sus tres amigas.
De pronto, en la carretera, otro coche les adelantó
haciendo señales para que se detuvieran en el arcén. Ellas no lo hicieron hasta
un cruce de carreteras y el vehículo se les atravesó para que pararan. Eran los
chicos, preocupados por su intención de acudir al cuartel. Entonces, en el
arcén, las hicieron salir y les contaron la historia.
Habían organizado, días atrás, la enrevesada broma:
no eran ocho, sino nueve, los amigos que iban a pasar las vacaciones, pero lógicamente
ellas no lo sabían. El noveno esperó, pacientemente, en un bar ubicado enfrente
del caserío hasta que se hizo de noche e iniciaron el juego de ouija. Fue
entonces cuando se coló en la casa por la puerta de atrás, se disfrazó, se puso
una peluca oscura y se untó cola blanca en la cara, que iluminó con el haz de
luz que salía de una linterna escondida debajo de un abrigo harapiento. Las
cadenas, por supuesto, eran de sujetar las bicicletas en el trastero y las ató
en sus muñecas y tobillos.
El enfado de las chicas fue tan descomunal que les
exigieron que se fueran de la casa la mañana del día siguiente. Pero, estando
ya los 9 amigos juntos y controlados, unos extraños ruidos metálicos se oyeron
en la buhardilla…
FIN
DIÁLOGO TEATRAL DE PABLO BRAGADO
El diálogo se me ocurrió hacerlo
sobre un tema que me interesa bastante, que es el psicoanálisis. Asique voy a
reproducir un hipotético diálogo entre el analista y su paciente, siendo lo más
importante el discurso del segundo, y una de las habilidades del psicoanalista saber
cómo incidir sin conducir al paciente (repitiendo alguna expresión del
paciente, haciendo silencio…). Por tanto, y con ayuda de un amigo que estudia
psicoanálisis, inventamos el siguiente diálogo:
“El psicoanalista”
Consulta
del psicoanalista, de unos 75 años, pelo canoso y aspecto vital y jovial. Está
sentado, enfrente tiene un sillón de las mismas características que el suyo. Un
consultante llama a la puerta, es una primera entrevista, es puntual. A pesar
de su buena apariencia física llega desaliñado y con un semblante de tristeza
que roza lo depresivo. El psicoanalista le da la mano. Se sientan.
Psicoanalista: Hola.
Javier: Hola.
Psicoanalista: Cuéntame.
Javier: No sé qué me pasa, no
soy yo, no puedo más.
(El
psicoanalista calla)
Javier: No soy yo, no sé lo que
me pasa, no quiero hacer nada. No puedo más. No soy libre.
Psicoanalista: No soy libre.
Javier: Vas a pensar que estoy
loco, me gustan las mujeres, pero no paro de pensar en mi mejor amigo.
Psicoanalista: ¿Tu mejor amigo?
Javier: Si, se llama Antonio.
Es guapo, atento, muy inteligente y sobretodo muy buena persona.
(El
psicoanalista sonríe)
Psicoanalista: Pero te gustan las
mujeres.
Javier: Claro, claro que te
crees, ¿que soy gay?
Psicoanalista: Si te gustan las
mujeres no puedes ser gay.
Javier: Pues eso, es súper
atento conmigo, aunque a veces me saque de quicio. El otro día salimos de
fiesta y nos emborrachamos. Empezó a decirme que si me besaba me iba a enamorar
y yo le decía que no. Al final nos liamos. Pero no me gustó nada ¿eh?
Psicoanalista: Claro, porque te gustan
las mujeres.
Javier: Claro, claro. El caso
es que siento un sentimiento de tristeza continuo, nunca me he enamorado de
ninguna chica; aunque he estado y tenido muchas cosas con muchas de ellas.
Siento que no soy yo, que no soy libre. Me encantan, además tengo “varios
fichajes” y muchas con las que sí quiero me lio.
Psicoanalista: Pero te lías con tu
mejor amigo.
Javier: ¿Qué me estás
contando?, me gustan las mujeres, soy muy hombre. Que me lie con mi mejor amigo
y me guste no quiere decir nada.
Psicoanalista: ¿Y te guste?
Javier: ¡Yo no he dicho eso!, ¡Antonio
no me gusta!
Psicoanalista: Claro, porque te gustan
las mujeres
(El
psicoanalista corta la sesión, se despiden. El rostro del paciente refleja
ahora enojo y frustración)
El
psicoanalista le cita para dos días después, aunque Javier no tiene intención
de volver.
(Dos
días después)
Javier
llega a la cita puntual. El psicoanalista y él se saludan. Se sientan. Javier
rompe a llorar.
Javier: Me estoy enamorando de
mi mejor amigo, ¿cómo puede ser esto si me gustan las mujeres?
(El
psicoanalista calla)
Javier: ¡Dime algo!
(El
psicoanalista calla)
Javier: No puede ser, me atrae
mucho… solo quiero besarle… será que soy gay. ¿Cómo puede ser?
Psicoanalista: Por eso no eres libre.
El
psicoanalista, a pesar de brevedad, corta la sesión y cita a Javier para el día
siguiente. Pero Javier no vuelve, ni siquiera llama.
7
meses después.
Javier
vuelve a llamar. El psicoanalista le cita para esa misma tarde. Javier, como
siempre, llega puntual. Su semblante es el opuesto. Parece de lo más feliz. Se
estrechan la mano, está vez, además, Javier le da una palmadita en la espalda.
Se sientan.
Psicoanalista: Cuéntame.
Javier: Soy muy feliz. Llevo 3
meses con Antonio, no podría estar más contento. Mi vida me va genial desde que
me he aceptado. No solo en el amor, soy capaz de todo; en mis estudios, mi
trabajo, con mis amigos y mi familia. Soy feliz y capaz de hacer feliz al resto.
Psicoanalista: eso es, por que por fin
te sientes liberado.
(Javier
rompe a llorar de felicidad)
Javier: No me siento libre, lo
soy.
(El
psicoanalista sonríe)
POESÍA
DE PABLO BRAGADO
Estando reunida mi familia,
recordamos un cuento que nos contaba mi abuela a mis primos y a mí cuando éramos
pequeños, y decidí hablar sobre ella de un modo diferente: en poesía.
“El niño
aventurero”
Cuando era pequeñito
Mi abuela cuentos contaba
Pero uno especialmente
Era el que a mí gustaba
Era yo el protagonista
Con un amigo especial
Un mono nada egoísta
Al que gustaba volar
Un viernes por la mañana
Al zoo quería ir
Y mi abuelo, elegante
Quiso conmigo partir
Ya en el zoo, con mis primos
Un gran gorila yo vi
Y haciéndonos amigos,
Un leve grito oí.
Era el mono divertido
Que algo especial pidió
Que comprara un globo rojo
Y lo inflara con tesón
Eso hice y de repente
El globo empezó a subir
El mono muy enrollado
De un salto se agarró a mí
Entonces vimos el zoo
Pequeñito desde arriba
Y Madrid y el Manzanares
y al casa de mi prima
Cuando ya se hizo de noche
Desinflamos un poco el globo
Y como un rápido coche
Volví a casa con el mono
Al volver a casa andando
A mi abuelo me encontré
Le conté mi viajecito
Y esa noche no cené