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domingo, 17 de junio de 2012

EL CAMPESINO Y LOS SIETE PRÍNCIPES


            Hace mucho tiempo, en un pueblecito de un país muy lejano gobernado por siete príncipes, vivía con sus padres adoptivos un joven campesino llamado Gado. Gado apareció en su día, siendo bebé, en una pequeña cesta en la puerta de un matrimonio joven y muy pobres, pero conocido era por todos que eran buenas personas y muy trabajadores. Con el paso de los años la pareja empezó a disfrutar de la vida de adulto con la gente del pueblo, y abandonando cada día sus labores de campo y la educación de su hijo, obligando a este a que se encargara de ambas labores por sí mismo ya que pese al entusiasmo con el que le acogieron al principio, le empezaron a ver como “un regalo de Dios” para poder vivir más cómodamente y, además, al no ser su hijo no debían ocuparse de educarlo.
El joven Gado trabajaba desde muy pequeño en el campo de su familia adoptiva, arando y cultivando, alimentando a los animales y cuidándolos. Además, Gado tuvo que educarse por sí mismo. A Gado nunca se le había oído hablar, algo que en un principio preocupó a sus padres, pero tras el cambio de personalidad que sufrieron ambos empezaron a verlo como algo bueno pensando que “si no puede hablar, no puede quejarse; la gente le tomará como el tonto inculto que es”. En realidad Gado sí sabía hablar, y bastante bien, pero no le interesaba hablar con las personas que podía hacerlo, asique su voz solo la oía él mismo y los animales  cuando, haciendo sus labores, reflexionaba en alto. Gado también aprendió a leer por sí mismo, ya que en el bosque que rodeaba el pueblo había una casa abandonada con una gran cantidad de libros a la que le encantaba ir.
Por la noche, cuando sus padres volvían del pueblo, era el momento en que Gado peor se sentía ya que era cuando sus padres peor le trataban y, aprendiendo de ello, cuando oía sus gritos y sus cantos al llegar a casa, el huía por la puerta de atrás y se escapaba con un candil a la pequeña cabaña abandonada a pasar la noche leyendo y leyendo, aprendiendo de todo por sí mismo. El único problema que veía en “su” amada colección de libros, era que los más modernos tenían unos pocos años más que él.
Lo que más le interesaba aprender a Gado era sobre los antiguos filósofos y los grandes reyes. Él pensaba que las enseñanzas políticas, éticas y filosóficas que se sacaban de estos escritos podían utilizarse para la vida. Le encantaba aprender por sí mismo, ya que le proporcionaba una satisfacción que no podía comparar con nada que había vivido y, pese a que satisfacciones no había tenido muchas en su vida, que pudiera vivir.
Una noche de tormenta, cuando oía a sus padres llegar, intentó escaparse como siempre por la puerta de atrás…pero estaba cerrada, y justo entraron sus padres.
-¿Pensabas que no nos dábamos cuenta que te escapabas?- dijo su padre.
Gado calló.
-¿Te crees en serio más inteligente que nosotros, mudito?-preguntó su madre.
Gado calló.
-No vales nada, te abandonaron en nuestra puerta porque ya al nacer se veía que no valías.
Gado calló.
-Eres un desagradecido, huyendo cada noche de nosotros, pese a que si vives es gracias a nuestro alimento, cuidados y la educación que te hemos dado.
Gado explotó:
-Tenéis razón. Gracias a vuestros alimentos que he aprendido a producir yo solo para vosotros, gracias a vuestros cuidados he aprendido a valerme por mi mismo, gracias a vuestra educación escapaba todas las noches a aprender por mí mismo y poder huir de este lugar y poder vivir de verdad. ¡Adiós!-gritó Gado mientras se dirigía a la puerta.
Su voz, oída por primera vez por una persona que no fuera el propio Gado, era fuerte, su expresión era perfecta, e irradiaba una seguridad que provocó un gran miedo. Al oír esa voz la pareja se dio cuenta el cambio que habían dado, y al instante se arrepintieron. Pero también se dieron cuenta que ya era tarde, pues Gado se alejaba en la oscuridad, hasta que su silueta se perdió entre la lluvia y los rayos.
Gado corrió y corrió hasta alejarse de aquel pozo de tristeza y maltrato en el que se había criado. Pero al fin se sentía preparado para poder valerse por sí mismo.
Tenía muy claro a donde se debía dirigir. Había leído en muchos de “sus libros” sobre la capital del reino. Un lugar en el que maestros, filósofos y eruditos discutían con el gobernante todos los asuntos del reino y hasta el más pobre de los que allí vivían tenía alta consideración en el resto del reino. Sabía, también gracias a los libros, donde se situaban su pueblo y la capital, asique sabía perfectamente qué dirección tomar. Su camino le llevaba directamente al sueño que llevaba tanto tiempo dando vueltas en su cabeza: conseguir llevar el esplendor y la sabiduría por la que era famosa la capital a todo el reino. Y lo iba a conseguir.
Tras pasar la noche y parte del día de viaje sin parar más que para recoger y tomar pequeños alimentos como setas y frutos, encontró al lado del camino una cabaña muy extraña.       
La cabaña era de un solo piso y, pese a que estaba construida con la misma madera de los árboles  de alrededor, contrastaba con el contexto en el que se encontraba, ya que esta era muy grande y lujosa, con unos enormes ventanales que mostraban al exterior lo que más llamó la atención a Gado pese a los bonitos muebles, pinturas y esculturas que adornaban las habitaciones, fue la ingente cantidad de libros que decoraban las grandes estanterías que había por todas las paredes.
Se acercó a uno de los ventanales para ver más detalladamente los libros y su sorpresa fue mayúscula. Además de los mismos libros que llevaba años leyendo en la casa abandonada en su pueblo (los mismos, sí, pero mejor cuidados y ordenados) había muchísimos libros que nunca había visto, ni siquiera había soñado que pudiera haber tantos y de tan variados temas.
Se dirigió a la puerta, y al posar su mano para girar el pomo sin la esperanza de que estuviera abierta…la puerta se abrió con facilidad, con gran alegría para Gado.
Entró e inspeccionó las habitaciones con cierta rapidez. La mayoría de ellas eran estudios como el que había visto desde fuera. Además había una cocina con una gran mesa de comedor, dos raras salitas con unos asientos que nunca había visto y dos habitaciones con cuatro camas en cada una en la que estaban escritos en relieve lo que dedujo que eran unos extraños nombres: Paz, Wia, Puebla, Lara, Ther, Leno y Pat, pero una de las camas no tenía nombre.
Se dirigió a la habitación que había visto desde el exterior. Con seguridad cogió uno de los libros que no había leído y empezó a ojearlo. Tras el primero, vino el segundo. Después el tercero… y así hasta que se dio cuenta que llevaba un rato forzando la vista debido a que la única luz que iluminaba el libro provenía de la luna, percatándose del sueño y el cansancio acumulado que tenía…entre los trabajos de día y sus escapadas de estudio nocturnas, llevaba años sin dormir de verdad, por lo que fue hacia la habitación que tenía la cama sin nombre y en ella se acostó.
No hubo sueños, ni perturbaciones… Solamente descanso.
Se despertó tranquilo, la luz de mediodía entraba directamente por la ventana. Se levantó, entró en una de las raras habitaciones y vio que tenía reservas de agua y diferentes productos con descripción: era una extraña habitación para asearse, algo de lo que no había leído ni en sus preciados libros. Tras asearse, se dirigió a la cocina.
En ésta había varios hogares para hacer fuego con unos extraños artilugios que tenían debajo leña acumulada. En un pequeño almacén cogió unos alimentos y comió para dirigirse a sus amados libros.
Pasadas las horas un ruido le sobresaltó. Miró al exterior pero no vio nada y se volvió a enfrascar en la lectura. De pronto el corazón le dio un vuelco, ya que una cortante y directa voz femenina le habló:
-¿Quién eres?
Más que una pregunta era una orden. Con gran miedo, dejó el libro, se levantó y se dio la vuelta, y vio la figura de una esbelta mujer morena. Y había algo en esa mujer que le tranquilizó, no sabía qué. Contestó con seguridad:
-Soy Gado.
-¿Qué haces aquí?
-Leer.
-¿Son tuyos estos libros? ¿Vives aquí?
-No.
-¿Qué haces aquí?-repitió la mujer, buscando más información.
-Descansar y refugiarme-respondió. Sabiendo que la pregunta se repetiría, continuó- Huyo de mi hogar y mi pueblo para dirigirme a la capital. Quiero conocer a los grandes sabios que allí habitan, aprender de ellos y vivir en ese gran lugar.
-¿Qué te lleva a pensar que tendrás tal honor?
-¡Vamos Paz, deja al pobre chico!-una segunda voz, esta vez masculina, se oyó desde detrás de la mujer.
Y, tras la voz, surgieron 6 personas (tres hombres y otras tres mujeres).
-Este es Gado, y está ocupando nuestra cabaña, leyendo nuestros libros y, por lo que huelo, comiendo nuestras reservas-dijo Paz.
-¿Cuál es el problema?-dijo otra de las mujeres, con voz más tranquila y dulce-Encantado Gado, yo soy Wia. Estos son mis hermanos Puebla, Lara, Pat (el hombre que había interrumpido el interrogatorio de Paz), Ther y Leno. Por supuesto, ya conoces a la gruñona de Paz. Y esta cabaña en la que estás viviendo, es nuestro lugar de descanso y reflexión.
-Encantado de conoceros a todos-contestó Gado. Alguno de los hermanos contestó, otros simplemente hicieron una inclinación de la cabeza.-Y encantado de haber utilizado vuestra cabaña-añadió con cierta vergüenza.
Empezaron un más amable interrogatorio en el que Gado contó su historia con todo detalle y que, al acabar esta “presentación” dio paso a una conversación que siempre había soñado Gado, ya que comenzaron a hablar de filosofía y política. Gado dedujo con gran satisfacción que estos hermanos debían provenir de la capital. Este hecho que se confirmó al cabo de unos días, cuando Puebla, el más joven de todos (incluso más joven que el propio Gado), le invitó a acompañarles, en unos días, a la capital.
-¡Sin dudarlo, sí!-gritó Gado.
Esta expresión tan espontanea y natural de Gado provocó una sonora carcajada en los hermanos.
-Sea pues-dijo Paz.-Nos acompañarás y cumplirás tu sueño de conocer a más sabios y vivir un tiempo en la capital, tras lo cual volverás a tu hogar.
-Pero…-intentó decir Gado
-No hay más que hablar.
-¡Venga Paz, no seas así!-esta vez fue Ther quién lo intentó.
-¡Sí! Venga hermana, no seas aguafiestas. Es un chico muy simpático, además sabes que tenemos un hueco reservado, bien podría ocuparlo él.
-¿Un hueco?-preguntó Gado.
-Sí, Gado, verás…
Wia empezó a explicarle su historia. Hace unos años, el rey fue a dar un paseo por el campo con sus dos hijos y la reina. El más pequeño de ambos, aún bebé, cayó durante el paseo de la carreta en la que iban al río principal del reino, y la corriente le arrastró. Los reyes y todo su séquito buscaron durante semanas por todo el río a su pequeño, pero desgraciadamente lo tuvieron que dar por muerto. Los monarcas tuvieron a su pesar que reponerse, y acabaron teniendo seis hijos más. Sí, estos siete hijos eran los príncipes con los que se había encontrado Gado. Pese a su juventud eran los gobernantes del reino, ya que al morir su padre decidió dejar a sus siete hijos vivos en el poder, ninguno por encima del otro, todos en igualdad de mando. Además, en honor a su hijo desaparecido dejó un octavo puesto sin ocupar en el gobierno porque si algún día aparecía su legítimo sucesor, o por si los príncipes conocían a alguien que mereciera ocuparlo.
-¿De verdad pensáis que un simple campesino?-comentó más como afirmación que como pregunta Pat.
-Pese a haberse educado por sí mismo, tiene unos conocimientos comparables a muchos de los sabios que nos acompañan en la capital-añadió Ther.
-Y, además de sus capacidades intelectuales y de aprendizaje, es un chico muy simpático y divertido. Todos tenemos voz Paz, y hasta tú sabes que bien podría ocupar el puesto de nuestro hermano-finalizó Wia.
Puebla, Lara y Leno insistieron, hasta que, para alegría de Gado, Paz aceptó a regañadientes:
-De acuerdo, vendrá y convivirá con nosotros en la capital. Respecto a lo de ocupar el hueco, creo que lo deberíamos decidir más adelante. Saldremos mañana al amanecer.
Todos de acuerdo, celebraron una gran cena con unos deliciosos manjares que Gado no supo que había en la casa. Tras una larga sobremesa con discusiones de las que ensimismaban a Gado, todos se fueron a acostar.
Gado era incapaz de dormir. Sus sueños se iban cumpliendo y había conocido a unas personas que le hacían sentirse, por primera vez en su vida, feliz y en familia. Fue a la habitación que le encandiló al llegar a la cabaña y siguió leyendo el libro que había empezado esa tarde.
Empezaron a oírse unos ruidos de cascos por el camino, primero a lo lejos pero enseguida se acentuaron hasta pararse delante de la cabaña. Gado se asomó y vio como se acercaban las dos últimas personas a las que querría encontrarse: sus padres adoptivos. Abrió la puerta en silencio y salió a echarles de ahí, pues no quería que arruinaran su sueño ahora que lo tenía tan cerca.
-Hola Gado. No te asustes, no vamos a hacerte nada malo-dijo su padre.
-Sí, tranquilo hijo…cuando te fuiste nos dimos cuenta de los malos padres que habíamos sido contigo.
-Fuiste un regalo, no sabemos cómo pero llegaste a nosotros como una bendición y no supimos tratarte como tal. Vuelve con nosotros, por favor. Llevamos unos días siguiendo tu rastro, y hasta aquí nos ha llevado. Te queremos, y compensaremos todo lo mal que te tratamos.
Gado, abrumado y emocionado por oír por primera vez desde hace mucho tiempo buenas palabras de sus padres, se acercó y les abrazó. Notó un movimiento brusco y, de pronto…
Todo se volvió incertidumbre. No veía nada más que oscuridad. No oía nada más que silencio. Ni olía ni sentía nada. Solamente vacío. No pensaba. Solo notaba la nada.
De repente, volvió. Primero empezó a oler. Era una mezcla de jazmín y romero, que le recordaba al campo donde se crió. Este desagradable recuerdo dio paso a escuchar unas voces, pero no sabía si eran conocidas o no. La oscuridad dio paso a cierta claridad de la luz solar, pero no podía abrir los ojos. O eso pensaba.
Y sintió. Sintió un dolor en su nuca tan fuerte como ninguno que hubiera podido sentir en su vida, unido a la desesperación de saber que había vuelto a aquel lugar que le había hecho tan desgraciado.
Al notar que podía mover sus extremidades, poco a poco intentó levantarse, pero unas manos le volvieron a empujar a la cama en la que estaba acostado. “¿Por qué?”, pensó, “He estado tan cerca de conseguirlo…”.
Alguien le abrió la boca, sin duda unas manos femeninas. “Mi madre”, aseguró para sus adentros. Le introdujo una extraña pasta que sabía a estiércol y, pese a sus arcadas, le obligaron a tragarla. Y se durmió.
Cuando volvió a despertar había recuperado todos sus sentidos, menos la vista. El dolor prácticamente había desaparecido. “¿Por qué la vista?” Hasta que conoció a los príncipes, la vista era el único sentido que le había proporcionado auténtica satisfacción. Prefería no poder andar o hablar a no poder leer e investigar por sí mismo. Era lo más preciado que tenía, y lo había perdido. “¡¿Por qué?!” esta vez oyó que lo había gritado. Alguien se le acercó y la mujer que le había hecho tragar esa pasta tan asquerosa le susurró, con voz fuerte y decidida, al oído:
-Tranquilo, Gado.
La desesperación dio paso a la incertidumbre. No era su madre. Pero no conocía aquella voz. Y era la voz más maravillosa que había escuchado en su vida.
-¿Quién eres?
-Eso no importa ahora. Debes descansar-inquirió la voz.
-¡No! ¡Quiero saber!
-No me sorprende. Está bien, más adelante te explicaré mejor, pero soy la persona que te encontró en la orilla de un río. Cuide de ti hasta que encontré una joven pareja. En teoría eran buenas personas, pero debo pedirte perdón porque obviamente me equivoqué. Llevo toda tu vida observándote y, aunque no lo creas, ayudándote y cuidando de ti. Y, por cierto, los libros que tanto te gustaban eran míos.
-¿La casa abandonada?
-No estaba abandonada, pero me escondía muy bien.
La mujer le acarició la cara, y empezó a hacer algo que no entendió muy bien qué era. Pero cada movimiento que hacía, con más claridad percibía primero la luz, y tras la luz la figura de la mujer. Pensó que podía ser magia, pero enseguida lo descartó: si algo había aprendido en sus libros es que la magia era algo inventado, que solo existían los sucesos demostrables. Y, al fin, la mujer terminó y consiguió ver. Y vio a la mujer más bella. Tan maravillosa que nunca, ni en los libros mejor escritos del reino, podría ser descrita fielmente. Y era joven. Pese a la historia que le había contado, no era mucho más mayor que él. Sería unos pocos años más mayor que Wia.
-No puede ser… es imposible-negó Gado.
-Mal, Gado. Si algo deberías haber aprendido con todos los libros y con tu aventura, es que no hay nada imposible.
Gado se incorporó. Estaba en una de las habitaciones de la cabaña de los príncipes. El dolor y la incertidumbre le impedían pensar con claridad. Pero las palabras, la voz y la belleza de aquella mujer, poco a poco, le tranquilizaban.
-          ¿Por qué me rescataste? ¿Por qué cuidaste de mí?
Porque me sentía identificada. Yo también fui abandonada. Me encontró y cuidó una joven pareja, pero ellos me cuidaron y me educaron bien. Desgraciadamente murieron cuando aún era muy joven, y seguí criándome por mí misma, como hiciste tú, más o menos.
            -¿Dónde está la voz de ese debilucho que nos ha hecho retrasar nuestro viaje?
            -Venga, Paz, dale cuartelillo al chaval-dijo Wia.
            -Pensabamos que estabas fingiendo para no venir con nosotros-bromeó Puebla.
            Gado sonrió. Pese a que no entendía bien lo que había pasado, por una vez eso no le importaba. Estaba bien. La alegría había hecho desaparecer el dolor del todo.
            -En cuanto te recuperes, los nueve partiremos hacia la capital.
            -¿Los nueve?
            -¿Te acuerdas de la historia del octavo príncipe?-preguntó Pat.
            -Claro.
            -Pues uno de todos aquellos momentos en los que tú estabas enfrascado en la lectura, nosotros hablamos y, además de merecerte ser el octavo príncipe, creímos que eras el “bebé perdido”.
            -¿Yo el hijo de un rey? ¿Estáis locos?
            -Déjame acabar. Entonces, hace dos noches, aparecieron tus padres y te hicieron creer que lo sentían. Es duro saberlo, pero era mentira. Te querían vender como esclavo. Pero entonces apareció Hindi.
            -¿Hindi?-preguntó Gado. Seguidamente miró hacia la bella muchacha y su mirada le confirmó que se refería a ella.
            -Te pido perdón, Gado. Ataqué a tus padres desde los árboles, pero fallé y te golpeé a ti.
            -El ruido nos despertó-continuó Pat- y enseguida detuvimos a tus padres adoptivos y descubrimos a Hindi. Nos contó su historia y el principio de la tuya. Ella, como tú, fue recogida en el lecho del río. Y entonces fue cuando…
            -Déjame a mi, ¿no?-interrumpió Wia.
            -Tu como siempre, la voz cantante, ¿eh?-le inquirió sonriendo Puebla.
            Con una ligera mueca, Wia prosiguió:
            -Me acordé que el “bebé perdido” de nuestro padre no era un niño, sino una niña. Y además, la historia concuerda más con su edad que con la tuya… Nunca podremos saberlo con certeza pero creemos, y sobre esa creencia actuaremos, que ella es nuestra hermana perdida. Pero no temas, viajarás y vivirás con nosotros en la capital.
            -Además…
            -No se lo digas, Ther.
            -Venga Paz, no seas aguafiestas
            -No es ser nada, es que “eso” debería decírselo Hindi en privado.
            -Aguafiestas…-repitió Ther a regañadientes.
            -Sin que sirva de precedente, creo que Paz tiene razón-dijo Lena.- Dejémosles solos.
            Y, sin más, los siete príncipes salieron de la habitación.
            -Se que son muchas emociones juntas-inició Hindi-pero los príncipes tienen… tenemos la opción de elegir a un sabio como acompañante y…
            -¿Novio?-interrumpió Gado.
            -Acompañante.
            -Querrás decir novio.
            -¡Que cabezota eres! Llámalo como tú quieras, pero querrías ser mi...
            -Sí-volvió a interrumpir Gado, con mucha seguridad.
            -¿Seguro? ¿Sin pensártelo? No es una decisión para tomar a lo loco…
            Gado dudó la respuesta por un momento. Claro que quería. A parte de todo lo que conllevaba su petición… No sabía por qué, pero la amaba. Pese a que no la conocía, había algo que le transmitía esa mujer, algo que nunca había sentido.
            -Más adelante te diré mis motivos pero sí, con total seguridad, quiero.
            Hindi se inclinó, y le besó. Nada en la vida sería comparable con aquello, en ese momento supo que nunca olvidaría esa sensación. Y así sería.
            -¡Bravo!-gritó Puebla desde detrás de la puerta, a lo que siguieron las risas de sus hermanos.
            Al anochecer, los nueve partieron hacia la capital, en la que hicieron una llegada triunfal desde el Este, con el sol naciendo en su espalda. Y todos con una enorme sonrisa.

PABLO BRAGADO MEANA

            La historia “El campesino y los siete príncipes” es una adaptación de “La princesa y los siete bandoleros”, la versión folclórica española de “Blancanieves y los siete enanitos” (versión europea).
            Mi intención ha sido la de hacer una adaptación sin cambiar los elementos centrales de la historia original, pero reescribiéndola de la manera más original que he podido. Pese a que he eliminado algunas partes (descripciones, alguna aventura del protagonista…) quizá ha terminado siendo una adaptación excesivamente larga para lo que se pedía, pero personalmente creo que he conseguido crear una buena historia que perdería su encanto recortándola más.
            La historia está dirigida a un público a partir de los 10 años (5º de Primaria) por cómo se cuenta la historia, los detalles que se dan…e intentando respetar en lo posible el momento evolutivo de estas edades, con un texto más largo y complejo que los de edades anteriores, desarrollando la fluidez lectora. Además no he querido concretar las edades de los protagonistas para que los lectores puedan, de alguna u otra manera, sentirse identificados.
            Asi mismo, el protagonista representa un gusto por el aprendizaje y una independencia que creo que es enseñable y es lo que me gustaría enseñar como profesor. Además creo que la historia transmite algo de emoción en la aventura y cierto suspense.
            Personalmente me ha gustado mucho esta actividad, ya que desde pequeño me ha gustado escribir historias más o menos propias y originales, me ha dado la oportunidad para ello.

1 comentario:

  1. El cuento es una pasada. Me encanta, pero como adaptación, deja bastante que desear porque te has saltado parte de las pruebas y algunos de los roles que desempeñan los personajes. Bien.

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