Hace mucho tiempo, en un pueblecito de un país muy lejano
gobernado por siete príncipes, vivía con sus padres adoptivos un joven
campesino llamado Gado. Gado apareció en su día, siendo bebé, en una pequeña
cesta en la puerta de un matrimonio joven y muy pobres, pero conocido era por
todos que eran buenas personas y muy trabajadores. Con el paso de los años la
pareja empezó a disfrutar de la vida de adulto con la gente del pueblo, y
abandonando cada día sus labores de campo y la educación de su hijo, obligando
a este a que se encargara de ambas labores por sí mismo ya que pese al
entusiasmo con el que le acogieron al principio, le empezaron a ver como “un
regalo de Dios” para poder vivir más cómodamente y, además, al no ser su hijo
no debían ocuparse de educarlo.
El joven
Gado trabajaba desde muy pequeño en el campo de su familia adoptiva, arando y
cultivando, alimentando a los animales y cuidándolos. Además, Gado tuvo que
educarse por sí mismo. A Gado nunca se le había oído hablar, algo que en un
principio preocupó a sus padres, pero tras el cambio de personalidad que
sufrieron ambos empezaron a verlo como algo bueno pensando que “si no puede
hablar, no puede quejarse; la gente le tomará como el tonto inculto que es”. En
realidad Gado sí sabía hablar, y bastante bien, pero no le interesaba hablar
con las personas que podía hacerlo, asique su voz solo la oía él mismo y los
animales cuando, haciendo sus labores,
reflexionaba en alto. Gado también aprendió a leer por sí mismo, ya que en el
bosque que rodeaba el pueblo había una casa abandonada con una gran cantidad de
libros a la que le encantaba ir.
Por la
noche, cuando sus padres volvían del pueblo, era el momento en que Gado peor se
sentía ya que era cuando sus padres peor le trataban y, aprendiendo de ello,
cuando oía sus gritos y sus cantos al llegar a casa, el huía por la puerta de
atrás y se escapaba con un candil a la pequeña cabaña abandonada a pasar la
noche leyendo y leyendo, aprendiendo de todo por sí mismo. El único problema
que veía en “su” amada colección de libros, era que los más modernos tenían
unos pocos años más que él.
Lo que más
le interesaba aprender a Gado era sobre los antiguos filósofos y los grandes
reyes. Él pensaba que las enseñanzas políticas, éticas y filosóficas que se
sacaban de estos escritos podían utilizarse para la vida. Le encantaba aprender
por sí mismo, ya que le proporcionaba una satisfacción que no podía comparar
con nada que había vivido y, pese a que satisfacciones no había tenido muchas
en su vida, que pudiera vivir.
Una noche de
tormenta, cuando oía a sus padres llegar, intentó escaparse como siempre por la
puerta de atrás…pero estaba cerrada, y justo entraron sus padres.
-¿Pensabas
que no nos dábamos cuenta que te escapabas?- dijo su padre.
Gado calló.
-¿Te crees
en serio más inteligente que nosotros, mudito?-preguntó su madre.
Gado calló.
-No vales
nada, te abandonaron en nuestra puerta porque ya al nacer se veía que no
valías.
Gado calló.
-Eres un
desagradecido, huyendo cada noche de nosotros, pese a que si vives es gracias a
nuestro alimento, cuidados y la educación que te hemos dado.
Gado
explotó:
-Tenéis
razón. Gracias a vuestros alimentos que he aprendido a producir yo solo para
vosotros, gracias a vuestros cuidados he aprendido a valerme por mi mismo,
gracias a vuestra educación escapaba todas las noches a aprender por mí mismo y
poder huir de este lugar y poder vivir de verdad. ¡Adiós!-gritó Gado mientras
se dirigía a la puerta.
Su voz, oída
por primera vez por una persona que no fuera el propio Gado, era fuerte, su
expresión era perfecta, e irradiaba una seguridad que provocó un gran miedo. Al
oír esa voz la pareja se dio cuenta el cambio que habían dado, y al instante se
arrepintieron. Pero también se dieron cuenta que ya era tarde, pues Gado se
alejaba en la oscuridad, hasta que su silueta se perdió entre la lluvia y los
rayos.
Gado corrió
y corrió hasta alejarse de aquel pozo de tristeza y maltrato en el que se había
criado. Pero al fin se sentía preparado para poder valerse por sí mismo.
Tenía muy
claro a donde se debía dirigir. Había leído en muchos de “sus libros” sobre la
capital del reino. Un lugar en el que maestros, filósofos y eruditos discutían
con el gobernante todos los asuntos del reino y hasta el más pobre de los que
allí vivían tenía alta consideración en el resto del reino. Sabía, también
gracias a los libros, donde se situaban su pueblo y la capital, asique sabía
perfectamente qué dirección tomar. Su camino le llevaba directamente al sueño
que llevaba tanto tiempo dando vueltas en su cabeza: conseguir llevar el
esplendor y la sabiduría por la que era famosa la capital a todo el reino. Y lo
iba a conseguir.
Tras pasar
la noche y parte del día de viaje sin parar más que para recoger y tomar
pequeños alimentos como setas y frutos, encontró al lado del camino una cabaña
muy extraña.
La cabaña
era de un solo piso y, pese a que estaba construida con la misma madera de los
árboles de alrededor, contrastaba con el
contexto en el que se encontraba, ya que esta era muy grande y lujosa, con unos
enormes ventanales que mostraban al exterior lo que más llamó la atención a
Gado pese a los bonitos muebles, pinturas y esculturas que adornaban las
habitaciones, fue la ingente cantidad de libros que decoraban las grandes
estanterías que había por todas las paredes.
Se acercó a
uno de los ventanales para ver más detalladamente los libros y su sorpresa fue
mayúscula. Además de los mismos libros que llevaba años leyendo en la casa
abandonada en su pueblo (los mismos, sí, pero mejor cuidados y ordenados) había
muchísimos libros que nunca había visto, ni siquiera había soñado que pudiera
haber tantos y de tan variados temas.
Se dirigió a
la puerta, y al posar su mano para girar el pomo sin la esperanza de que
estuviera abierta…la puerta se abrió con facilidad, con gran alegría para Gado.
Entró e
inspeccionó las habitaciones con cierta rapidez. La mayoría de ellas eran
estudios como el que había visto desde fuera. Además había una cocina con una
gran mesa de comedor, dos raras salitas con unos asientos que nunca había visto
y dos habitaciones con cuatro camas en cada una en la que estaban escritos en
relieve lo que dedujo que eran unos extraños nombres: Paz, Wia, Puebla, Lara,
Ther, Leno y Pat, pero una de las camas no tenía nombre.
Se dirigió a
la habitación que había visto desde el exterior. Con seguridad cogió uno de los
libros que no había leído y empezó a ojearlo. Tras el primero, vino el segundo.
Después el tercero… y así hasta que se dio cuenta que llevaba un rato forzando
la vista debido a que la única luz que iluminaba el libro provenía de la luna,
percatándose del sueño y el cansancio acumulado que tenía…entre los trabajos de
día y sus escapadas de estudio nocturnas, llevaba años sin dormir de verdad,
por lo que fue hacia la habitación que tenía la cama sin nombre y en ella se
acostó.
No hubo
sueños, ni perturbaciones… Solamente descanso.
Se despertó
tranquilo, la luz de mediodía entraba directamente por la ventana. Se levantó,
entró en una de las raras habitaciones y vio que tenía reservas de agua y
diferentes productos con descripción: era una extraña habitación para asearse,
algo de lo que no había leído ni en sus preciados libros. Tras asearse, se
dirigió a la cocina.
En ésta
había varios hogares para hacer fuego con unos extraños artilugios que tenían
debajo leña acumulada. En un pequeño almacén cogió unos alimentos y comió para
dirigirse a sus amados libros.
Pasadas las
horas un ruido le sobresaltó. Miró al exterior pero no vio nada y se volvió a
enfrascar en la lectura. De pronto el corazón le dio un vuelco, ya que una
cortante y directa voz femenina le habló:
-¿Quién
eres?
Más que una pregunta
era una orden. Con gran miedo, dejó el libro, se levantó y se dio la vuelta, y
vio la figura de una esbelta mujer morena. Y había algo en esa mujer que le
tranquilizó, no sabía qué. Contestó con seguridad:
-Soy Gado.
-¿Qué haces
aquí?
-Leer.
-¿Son tuyos
estos libros? ¿Vives aquí?
-No.
-¿Qué haces
aquí?-repitió la mujer, buscando más información.
-Descansar y
refugiarme-respondió. Sabiendo que la pregunta se repetiría, continuó- Huyo de
mi hogar y mi pueblo para dirigirme a la capital. Quiero conocer a los grandes
sabios que allí habitan, aprender de ellos y vivir en ese gran lugar.
-¿Qué te
lleva a pensar que tendrás tal honor?
-¡Vamos Paz,
deja al pobre chico!-una segunda voz, esta vez masculina, se oyó desde detrás
de la mujer.
Y, tras la
voz, surgieron 6 personas (tres hombres y otras tres mujeres).
-Este es
Gado, y está ocupando nuestra cabaña, leyendo nuestros libros y, por lo que
huelo, comiendo nuestras reservas-dijo Paz.
-¿Cuál es el
problema?-dijo otra de las mujeres, con voz más tranquila y dulce-Encantado
Gado, yo soy Wia. Estos son mis hermanos Puebla, Lara, Pat (el hombre que había
interrumpido el interrogatorio de Paz), Ther y Leno. Por supuesto, ya conoces a
la gruñona de Paz. Y esta cabaña en la que estás viviendo, es nuestro lugar de
descanso y reflexión.
-Encantado
de conoceros a todos-contestó Gado. Alguno de los hermanos contestó, otros
simplemente hicieron una inclinación de la cabeza.-Y encantado de haber
utilizado vuestra cabaña-añadió con cierta vergüenza.
Empezaron un
más amable interrogatorio en el que Gado contó su historia con todo detalle y
que, al acabar esta “presentación” dio paso a una conversación que siempre
había soñado Gado, ya que comenzaron a hablar de filosofía y política. Gado
dedujo con gran satisfacción que estos hermanos debían provenir de la capital.
Este hecho que se confirmó al cabo de unos días, cuando Puebla, el más joven de
todos (incluso más joven que el propio Gado), le invitó a acompañarles, en unos
días, a la capital.
-¡Sin
dudarlo, sí!-gritó Gado.
Esta
expresión tan espontanea y natural de Gado provocó una sonora carcajada en los
hermanos.
-Sea
pues-dijo Paz.-Nos acompañarás y cumplirás tu sueño de conocer a más sabios y
vivir un tiempo en la capital, tras lo cual volverás a tu hogar.
-Pero…-intentó
decir Gado
-No hay más
que hablar.
-¡Venga Paz,
no seas así!-esta vez fue Ther quién lo intentó.
-¡Sí! Venga
hermana, no seas aguafiestas. Es un chico muy simpático, además sabes que
tenemos un hueco reservado, bien podría ocuparlo él.
-¿Un
hueco?-preguntó Gado.
-Sí, Gado,
verás…
Wia empezó a
explicarle su historia. Hace unos años, el rey fue a dar un paseo por el campo
con sus dos hijos y la reina. El más pequeño de ambos, aún bebé, cayó durante
el paseo de la carreta en la que iban al río principal del reino, y la
corriente le arrastró. Los reyes y todo su séquito buscaron durante semanas por
todo el río a su pequeño, pero desgraciadamente lo tuvieron que dar por muerto.
Los monarcas tuvieron a su pesar que reponerse, y acabaron teniendo seis hijos
más. Sí, estos siete hijos eran los príncipes con los que se había encontrado
Gado. Pese a su juventud eran los gobernantes del reino, ya que al morir su
padre decidió dejar a sus siete hijos vivos en el poder, ninguno por encima del
otro, todos en igualdad de mando. Además, en honor a su hijo desaparecido dejó
un octavo puesto sin ocupar en el gobierno porque si algún día aparecía su
legítimo sucesor, o por si los príncipes conocían a alguien que mereciera
ocuparlo.
-¿De verdad pensáis
que un simple campesino?-comentó más como afirmación que como pregunta Pat.
-Pese a
haberse educado por sí mismo, tiene unos conocimientos comparables a muchos de
los sabios que nos acompañan en la capital-añadió Ther.
-Y, además
de sus capacidades intelectuales y de aprendizaje, es un chico muy simpático y
divertido. Todos tenemos voz Paz, y hasta tú sabes que bien podría ocupar el
puesto de nuestro hermano-finalizó Wia.
Puebla, Lara
y Leno insistieron, hasta que, para alegría de Gado, Paz aceptó a
regañadientes:
-De acuerdo,
vendrá y convivirá con nosotros en la capital. Respecto a lo de ocupar el
hueco, creo que lo deberíamos decidir más adelante. Saldremos mañana al
amanecer.
Todos de
acuerdo, celebraron una gran cena con unos deliciosos manjares que Gado no supo
que había en la casa. Tras una larga sobremesa con discusiones de las que
ensimismaban a Gado, todos se fueron a acostar.
Gado era
incapaz de dormir. Sus sueños se iban cumpliendo y había conocido a unas
personas que le hacían sentirse, por primera vez en su vida, feliz y en
familia. Fue a la habitación que le encandiló al llegar a la cabaña y siguió
leyendo el libro que había empezado esa tarde.
Empezaron a
oírse unos ruidos de cascos por el camino, primero a lo lejos pero enseguida se
acentuaron hasta pararse delante de la cabaña. Gado se asomó y vio como se
acercaban las dos últimas personas a las que querría encontrarse: sus padres
adoptivos. Abrió la puerta en silencio y salió a echarles de ahí, pues no
quería que arruinaran su sueño ahora que lo tenía tan cerca.
-Hola Gado.
No te asustes, no vamos a hacerte nada malo-dijo su padre.
-Sí,
tranquilo hijo…cuando te fuiste nos dimos cuenta de los malos padres que
habíamos sido contigo.
-Fuiste un
regalo, no sabemos cómo pero llegaste a nosotros como una bendición y no supimos
tratarte como tal. Vuelve con nosotros, por favor. Llevamos unos días siguiendo
tu rastro, y hasta aquí nos ha llevado. Te queremos, y compensaremos todo lo
mal que te tratamos.
Gado,
abrumado y emocionado por oír por primera vez desde hace mucho tiempo buenas
palabras de sus padres, se acercó y les abrazó. Notó un movimiento brusco y, de
pronto…
Todo se
volvió incertidumbre. No veía nada más que oscuridad. No oía nada más que
silencio. Ni olía ni sentía nada. Solamente vacío. No pensaba. Solo notaba la
nada.
De repente,
volvió. Primero empezó a oler. Era una mezcla de jazmín y romero, que le
recordaba al campo donde se crió. Este desagradable recuerdo dio paso a
escuchar unas voces, pero no sabía si eran conocidas o no. La oscuridad dio
paso a cierta claridad de la luz solar, pero no podía abrir los ojos. O eso
pensaba.
Y sintió.
Sintió un dolor en su nuca tan fuerte como ninguno que hubiera podido sentir en
su vida, unido a la desesperación de saber que había vuelto a aquel lugar que
le había hecho tan desgraciado.
Al notar que
podía mover sus extremidades, poco a poco intentó levantarse, pero unas manos
le volvieron a empujar a la cama en la que estaba acostado. “¿Por qué?”, pensó,
“He estado tan cerca de conseguirlo…”.
Alguien le
abrió la boca, sin duda unas manos femeninas. “Mi madre”, aseguró para sus
adentros. Le introdujo una extraña pasta que sabía a estiércol y, pese a sus
arcadas, le obligaron a tragarla. Y se durmió.
Cuando
volvió a despertar había recuperado todos sus sentidos, menos la vista. El
dolor prácticamente había desaparecido. “¿Por qué la vista?” Hasta que conoció
a los príncipes, la vista era el único sentido que le había proporcionado
auténtica satisfacción. Prefería no poder andar o hablar a no poder leer e
investigar por sí mismo. Era lo más preciado que tenía, y lo había perdido.
“¡¿Por qué?!” esta vez oyó que lo había gritado. Alguien se le acercó y la
mujer que le había hecho tragar esa pasta tan asquerosa le susurró, con voz
fuerte y decidida, al oído:
-Tranquilo,
Gado.
La
desesperación dio paso a la incertidumbre. No era su madre. Pero no conocía
aquella voz. Y era la voz más maravillosa que había escuchado en su vida.
-¿Quién
eres?
-Eso no
importa ahora. Debes descansar-inquirió la voz.
-¡No!
¡Quiero saber!
-No me
sorprende. Está bien, más adelante te explicaré mejor, pero soy la persona que
te encontró en la orilla de un río. Cuide de ti hasta que encontré una joven
pareja. En teoría eran buenas personas, pero debo pedirte perdón porque
obviamente me equivoqué. Llevo toda tu vida observándote y, aunque no lo creas,
ayudándote y cuidando de ti. Y, por cierto, los libros que tanto te gustaban
eran míos.
-¿La casa
abandonada?
-No estaba
abandonada, pero me escondía muy bien.
La mujer le
acarició la cara, y empezó a hacer algo que no entendió muy bien qué era. Pero
cada movimiento que hacía, con más claridad percibía primero la luz, y tras la
luz la figura de la mujer. Pensó que podía ser magia, pero enseguida lo
descartó: si algo había aprendido en sus libros es que la magia era algo
inventado, que solo existían los sucesos demostrables. Y, al fin, la mujer
terminó y consiguió ver. Y vio a la mujer más bella. Tan maravillosa que nunca,
ni en los libros mejor escritos del reino, podría ser descrita fielmente. Y era
joven. Pese a la historia que le había contado, no era mucho más mayor que él.
Sería unos pocos años más mayor que Wia.
-No puede
ser… es imposible-negó Gado.
-Mal, Gado.
Si algo deberías haber aprendido con todos los libros y con tu aventura, es que
no hay nada imposible.
Gado se
incorporó. Estaba en una de las habitaciones de la cabaña de los príncipes. El
dolor y la incertidumbre le impedían pensar con claridad. Pero las palabras, la
voz y la belleza de aquella mujer, poco a poco, le tranquilizaban.
-
¿Por qué me rescataste? ¿Por qué cuidaste de mí?
Porque me
sentía identificada. Yo también fui abandonada. Me encontró y cuidó una joven
pareja, pero ellos me cuidaron y me educaron bien. Desgraciadamente murieron
cuando aún era muy joven, y seguí criándome por mí misma, como hiciste tú, más
o menos.
-¿Dónde está la voz de ese debilucho que nos ha hecho
retrasar nuestro viaje?
-Venga, Paz, dale cuartelillo al chaval-dijo Wia.
-Pensabamos que estabas fingiendo para no venir con
nosotros-bromeó Puebla.
Gado sonrió. Pese a que no entendía bien lo que había
pasado, por una vez eso no le importaba. Estaba bien. La alegría había hecho
desaparecer el dolor del todo.
-En cuanto te recuperes, los nueve partiremos hacia la
capital.
-¿Los nueve?
-¿Te acuerdas de la historia del octavo
príncipe?-preguntó Pat.
-Claro.
-Pues uno de todos aquellos momentos en los que tú
estabas enfrascado en la lectura, nosotros hablamos y, además de merecerte ser
el octavo príncipe, creímos que eras el “bebé perdido”.
-¿Yo el hijo de un rey? ¿Estáis locos?
-Déjame acabar. Entonces, hace dos noches, aparecieron
tus padres y te hicieron creer que lo sentían. Es duro saberlo, pero era
mentira. Te querían vender como esclavo. Pero entonces apareció Hindi.
-¿Hindi?-preguntó Gado. Seguidamente miró hacia la bella
muchacha y su mirada le confirmó que se refería a ella.
-Te pido perdón, Gado. Ataqué a tus padres desde los
árboles, pero fallé y te golpeé a ti.
-El ruido nos despertó-continuó Pat- y enseguida
detuvimos a tus padres adoptivos y descubrimos a Hindi. Nos contó su historia y
el principio de la tuya. Ella, como tú, fue recogida en el lecho del río. Y
entonces fue cuando…
-Déjame a mi, ¿no?-interrumpió Wia.
-Tu como siempre, la voz cantante, ¿eh?-le inquirió
sonriendo Puebla.
Con una ligera mueca, Wia prosiguió:
-Me acordé que el “bebé perdido” de nuestro padre no era
un niño, sino una niña. Y además, la historia concuerda más con su edad que con
la tuya… Nunca podremos saberlo con certeza pero creemos, y sobre esa creencia
actuaremos, que ella es nuestra hermana perdida. Pero no temas, viajarás y
vivirás con nosotros en la capital.
-Además…
-No se lo digas, Ther.
-Venga Paz, no seas aguafiestas
-No es ser nada, es que “eso” debería decírselo Hindi en
privado.
-Aguafiestas…-repitió Ther a regañadientes.
-Sin que sirva de precedente, creo que Paz tiene
razón-dijo Lena.- Dejémosles solos.
Y, sin más, los siete príncipes salieron de la
habitación.
-Se que son muchas emociones juntas-inició Hindi-pero los
príncipes tienen… tenemos la opción de elegir a un sabio como acompañante y…
-¿Novio?-interrumpió Gado.
-Acompañante.
-Querrás decir novio.
-¡Que cabezota eres! Llámalo como tú quieras, pero
querrías ser mi...
-Sí-volvió a interrumpir Gado, con mucha seguridad.
-¿Seguro? ¿Sin pensártelo? No es una decisión para tomar
a lo loco…
Gado dudó la respuesta por un momento. Claro que quería.
A parte de todo lo que conllevaba su petición… No sabía por qué, pero la amaba.
Pese a que no la conocía, había algo que le transmitía esa mujer, algo que
nunca había sentido.
-Más adelante te diré mis motivos pero sí, con total
seguridad, quiero.
Hindi se inclinó, y le besó. Nada en la vida sería
comparable con aquello, en ese momento supo que nunca olvidaría esa sensación. Y
así sería.
-¡Bravo!-gritó Puebla desde detrás de la puerta, a lo que
siguieron las risas de sus hermanos.
Al anochecer, los nueve partieron hacia la capital, en la
que hicieron una llegada triunfal desde el Este, con el sol naciendo en su
espalda. Y todos con una enorme sonrisa.
PABLO BRAGADO MEANA
La
historia “El campesino y los siete príncipes” es una adaptación de “La princesa
y los siete bandoleros”, la versión folclórica española de “Blancanieves y los
siete enanitos” (versión europea).
Mi
intención ha sido la de hacer una adaptación sin cambiar los elementos
centrales de la historia original, pero reescribiéndola de la manera más
original que he podido. Pese a que he eliminado algunas partes (descripciones,
alguna aventura del protagonista…) quizá ha terminado siendo una adaptación
excesivamente larga para lo que se pedía, pero personalmente creo que he
conseguido crear una buena historia que perdería su encanto recortándola más.
La
historia está dirigida a un público a partir de los 10 años (5º de Primaria)
por cómo se cuenta la historia, los detalles que se dan…e intentando respetar
en lo posible el momento evolutivo de estas edades, con un texto más largo y
complejo que los de edades anteriores, desarrollando la fluidez lectora. Además
no he querido concretar las edades de los protagonistas para que los lectores
puedan, de alguna u otra manera, sentirse identificados.
Asi
mismo, el protagonista representa un gusto por el aprendizaje y una independencia
que creo que es enseñable y es lo que me gustaría enseñar como profesor. Además
creo que la historia transmite algo de emoción en la aventura y cierto
suspense.
Personalmente
me ha gustado mucho esta actividad, ya que desde pequeño me ha gustado escribir
historias más o menos propias y originales, me ha dado la oportunidad para
ello.
El cuento es una pasada. Me encanta, pero como adaptación, deja bastante que desear porque te has saltado parte de las pruebas y algunos de los roles que desempeñan los personajes. Bien.
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